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En todas las personas que te rodean

Que las personas somos espejos es algo que ya habrás oido en alguna ocasión y si no, es que quizás tenías que escucharlo hoy. Lo que te molesta de alguien es justamente lo que tendrías que trabajar sobre ti misma.


La semana pasada le contaba a mi terapeuta que me molestaba mucho cuando alguien no iba de cara, cuando una persona actuaba conmigo con intenciones que no sabía desgranar a la primera. Le decía justamente esto después de hablar sobre lo mucho que me cuesta decir cuándo me molesta algo, sobre todo a la persona implicada. Cómo a veces, exploto ya estando demodé el asunto y la gente no entiende nada.

¿No te parece curioso que te remueva la gente que no va de cara porque no dice sus intenciones mientras tú misma estas hablando de no poder expresar lo que te incomoda? Es mi nueve de espadas, clavado en la garganta, persiguiéndome (eso lo pienso yo, no la psicóloga). Porque lo que no se aprende se te aparece una y otra vez con ejemplos diferentes a lo largo de la vida. Es como la gente a la que le dan miedo las drogas o las demoniza, como me ha pasado a mí durante mucho tiempo, algo se esconde en la sombra seguro. Hasta que no abres los cuartos oscuros, no pasa el aire por todas las habitaciones.

También me dan rabia las personas mandonas, las que quieren controlarlo todo o no te dejan dar tu opinión. Sí, aquí también hay un espejo y un camión con bocina y un altavoz a cuatro manos y una pancarta de cincuenta metros: tengo que aprender a dejarme llevar y fluir más, a que no puedo controlarlo todo. Hoy es lunes y ya estoy preocupada por lo que voy a hacer el fin de semana.


¿Qué sabré yo sobre lo que mi cuerpo me pedirá el sábado?

A ti también te pasa, a todas las personas. Porque ¿sabes qué? aunque dentro de tu cabeza seas la protagonista de la novela, todo el mundo sentimos lo mismo.


También observo esto en otra gente, como cuando alguien se escandaliza con los horóscopos, con la magia o con la brujería. Estoy segura que algo hay ahí que no se ha abierto, algo que no se están permitiendo airear. Por miedo, siempre es por miedo. Lo sé porque yo también lo he vivido.


Estando en una cafetería ,mientras degustaba un café, descafeinado (ya hablaremos de esto), con leche y hielos, me tope con una conversación que todavía me persigue. Pero no por lo que piensas. Una mujer de unos treinta y largos años hablaba con su hermana, intuyo un poco más mayor, sobre la muerte de su abuela. La más joven aseguraba que podía olerla constanteme. Decía que los días en los que se sentía sola o triste, al acostarse, tras la mancha negra de petróleo pegajoso que deja sin mesura, un día duro, notaba el peso de su abrazo y también su olor, siempre su olor. Su olor a carmín de antes, a carmín de droguería de barrio. La otra mujer no daba crédito, le miraba ojiplactica, como si fuera un ovni recién llegado de otro planeta.

Después pasaron a otros temas, hablaron de los avances tecnológicos que nos convertirán en humanoides dentro de diez años y los que ya están en el mercado, como las gafas Rayban que fotografían lo que ves. Comentaban la vuelta al cole de los hijos de la hermana mayor, de lo cansada que estaba de no tener tiempo para ella desde hacer más de cinco años, de cuantos años tendrían los hijos imaginarios de la otra, cuando los suyos tomaran la comunión y de cosas así. De repente, sin spoiler previsto, la hermana que se mostraba escéptica soltó algo inesperado: ¿y por qué a mí no se me aparece? me pareció de las frases más tiernas que que había oído en mi vida. Quizás por mí rápida empatía con las hermanas mayores, al ser yo también una de ellas, o porque su coraza se había descubierto, cargándose de un plumazo su máscara pseudo intelectual hacia la fe de su hermana. La hermana menor le dijo que quizás se le aparecía pero ella no quería verlo, a la que contestó que si que había una cosa que le pasaba desde la muerte de la abuela de ambas. Resulta que su móvil estaba loco porque frecuentemente llamaba al movil de su abuela y que en realidad, por eso no la había borrado nunca de la lista de contactos. La menor le cogió de la mano y le abrazo riendo y llorando a la vez, exclamando: «¡A ti también se te aparece!».


Es como cuando usas la IA, lo que le pides es en lo que se convierte ella, pero al revés.

Lo que le exiges a una persona es en lo que te deberías convertir.


Fragmento de la película La montaña sagrada, de Alejandro Jodorowsky, está en Filmin




















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